Al retomar la historia del volcán, es sorprendente encontrar que durante los siglos XVII y parte del XVIII afirmaciones de que el volcán era “inexpugnable”. No obstante, uno de los pocos viajeros que lograron sortear las limitaciones impuestas a los extranjeros de América y además ascender al Popocatépetl fue el alemán Federico Sannenschmidt en 1772, expedición que se considera la primera de carácter estrictamente científico realizada en el volcán. El geólogo alemán no logró llegar a la cima y asomarse a un cráter, sin duda muy activo por esas fechas; sin embargo, realizó interesantes observaciones de orden geológico que son hasta hoy, las primeras conocidas hechas del Popocatépetl, y que causaron asombro en Europa pese al magro reporte enviado a Alemania, donde desgraciadamente se ha perdido la información original.
Poco después el extraordinario científico mexicano José Antonio de Alzate y Ramírez, editor de uno de los periódicos más notables de la Nueva España, la Gaceta Literaria, con el fin de dirimir una polémica sobre la forma de la Tierra decide en 1776, realizar ascensiones al Popocatépetl e Iztaccíhuatl (Mujer Blanca) con el afán de seguir las investigaciones de los astrónomos franceses en los Andes de Perú y en las frías regiones de Laponia, para confirmar una conclusión de la física de Newton sobre el achatamiento de los polos al girar la Tierra sobre su propio eje; en consecuencia, el planeta se consideraba no estrictamente esférico, hecho corroborado desde esas fechas.
Alzate fracasa en el primer intento a pesar de sus fundadas suposiciones de que la “limpieza de la atmósfera” le permitiría realizar las mediciones con las mejores condiciones. El científico mexicano intenta otra ascensión hasta 1781 y realiza unas cuantas mediciones barométricas en las laderas del Popocatépetl, y dirigirse posteriormente al Iztaccíhuatl (mujer blanca). Los resultados fueron publicados en la Gaceta Literaria en un artículo extraordinario para la época y en consideración a los escasos instrumentos disponibles, representó un esfuerzo notable de la ciencia mexicana conocedora de las innovaciones de Newton y las matemáticas más avanzadas de la época. Alzate además, había puesto en duda las ascensiones españolas durante el periodo de la conquista. Alzate anota respecto al ascenso de Montaño: “…el azufre fue extraído del Tuctli, en las inmediaciones de Tulyehualco” –y añade con perspicacia- que “sólo mediante un globo aerostático podrían vencerse las dificultades que se palpan para subir hasta la nieve del volcán, o por otro arbitrio costoso y molesto” Cabe señalar que en 1783 en Paris, los hermanos Montgolfier habían logrado elevar un globo inflado con aire caliente, tripulado por dos aeronautas. La noticia de la hazaña francesa, había permeado en tierras americanas y mentes brillantes como la de Alzate ya vislumbraban aplicaciones de los vuelos en globo .
En pocos años se incrementa la actividad de los principales volcanes mexicanos y no sólo el Popocatépetl muestra actividad: el volcán de Tuxtla hace erupción en 1793 y arroja ceniza que llegará hasta Oaxaca. La erupción de Tuxtla causa alarma en una vasta región costera del Golfo que recuerda la gigantesca erupción del Citlaltépetl (Pico de Orizaba) en 1687. Pocos años antes, en 1759, con gran asombro y temor, los habitantes de la hacienda El Paraíso fueron testigos del nacimiento del Xorullo un pequeño volcán que arrasó una gran región de Michoacán; el Xorullo antecedería al Paricutín que surgió en 1943.
Anteriormente, el activo volcán de Fuego en Colima, había entrado en erupción en 1771. Con toda esta actividad, en pocos años se había despertado un especial interés por los volcanes y un justo temor por su destructividad.
Todavía en tierras americanas, Humboldt y Bonpland reciben escasas noticias del misterioso “volcán submarino” de Pochutla, en las costas del Pacífico de México, volcán nacido en aparentemente en 1803; sin embargo hoy en día aún no es claro qué tipo de actividad presentó en aquellos años. El siglo XVIII se caracterizó por una intensa actividad volcánica que es sólo una muestra del potencial volcánico del territorio mexicano.
Al comenzar el siglo XIX, e iniciarse la Independencia de México de la Corona Española, todos los esfuerzos de dirigieron a la lucha armada y a reconstruir un país paralizado por infinidad de problemas, en medio de los cuales destaca la pérdida de la mitad del territorio que formaba la antigua Nueva España. No obstante, la situación cambia paulatinamente hacia ambientes más propicios para otras actividades. El comercio en Europa se intensifica y es Inglaterra la primera nación en reconocer la Independencia de México. Viajeros, comerciantes, pintores y todo tipo de aventureros llegan a México en busca de fortuna. Los ingleses y alemanes recorren a lo largo y ancho el país, ya sea por interés comercial o artístico. No faltan los exploradores. En 1827, dos hermanos de apellido Glennie, con el propósito de conocer un país exótico y asombroso para ellos, y con sus conocimientos geológicos, deciden ascender al hasta entonces “inconquistable” Popocatépetl, volcán al que desde la magra referencia de Sahagún nadie había logrado llegar hasta el cráter, excepción de la ya mencionada hazaña de Montaño y Meza y los sorprendentes ascensos de los antiguos sacerdotes del Altiplano.
Los hermanos Glennie, después de vencer innumerables dificultades, llegaron finalmente al borde del cráter y observaron que desde el fondo se generaban “ruidos como las olas del mar” y arrojaba roca que no lograba sobrepasar los límites del enorme cráter. La hazaña de los geólogos ingleses que además pusieron en tela de juicio los ascensos españoles durante el siglo XVI, despertaron la imaginación de muchos exploradores, la mayoría europeos, y derrumbaron el mito de que el Popocatépetl era inconquistable. A partir de entonces, numerosos intentos se llevaron a cabo, la mayoría fallidos, pero otros con éxito, hasta que en 1849 con el volcán todavía activo, un audaz minero de Chihuahua, cuyo nombre con justicia debería reconocer alguna prominencia del Popocatépetl, realizó una de las más extraordinarias exploraciones de volcanes en el mundo. Se trató del minero Antonio García, quien con certeza penetró al cráter por sus propios medios y aun logró obtener varias muestras de azufre. Hoy día, montañistas expertos requieren no solo de buena condición física y mental para igualar tal hazaña; también se requiere de gran cantidad de equipo y la acción coordinada de varios elementos. Por ello, el descenso de Antonio García no debe pasar inadvertida en los anales de la exploración de los volcanes mexicanos. Los hallazgos de García, dieron pie para que se considerara seriamente la explotación de azufre extraído del cráter. En 1857 los mexicanos Gaspar Sánchez Ochoa a la sazón propietario de parte del volcán, Prisciliano Vuelta, el agrimensor Francisco Beltrán y el segundo capitán de ingenieros Lorenzo Pérez de Castro se propusieron descender al fondo del cráter con el fin de evaluar la cantidad de azufre que, según palabras de Pérez de Castro, serán “útiles a la industria y también lo serán del gobierno cuando se trate de la pólvora”. Una vez lograda la cima, los exploradores descendieron al fondo del cráter, levantaron los croquis y examinaron diferentes respiraderos y solfataras. En estos puntos marcados por evidente actividad “…encontramos que el humo (vapor) se desprende con mucha fuerza que al condensarse se obtiene flor de azufre muy rico…también observamos charcos que al examinarlos resultaron ser de ácido, según lo dicho por los peones que ahí trabajan” Esta afirmación del segundo capitán, Pérez de Castro, revela que ya desde aquellos años se intentaba extraer azufre del volcán. El informe añade: “…la riqueza del Popocatépetl parecen inmensas e inagotables, continuamente los respiraderos vomitan gran cantidad de humo; no hay necesidad más que de condensarlo para tener cuanto azufre se quiera…” En 1883 los rumores sobre la riqueza de azufre inagotable del volcán, habían estimulado el interés general inversionistas extranjeros también deseaban participar de la explotación de azufre. Durante aquel año, el general Gaspar Sánchez Ochoa, ya era “propietario” de Popocatépetl –quizá el único dueño de un volcán en el mundo- trataba de lograr un acuerdo con una empresa belga con el fin de comercializar el azufre. Los ingenieros y el propio Sánchez Ochoa propusieron, una solución asombrosa: abrir un túnel que condujera al interior del cráter sin necesidad de ascender al labio menor y bajar por el malacate. Se supo que una empresa estadounidense deseaba adquirir el volcán completo con el fin de instalar una fábrica de ácido sulfúrico que abastecería cómodamente a la ciudad de México y a todas las ciudades que contaran con ferrocarril. Ninguno de estos proyectos tuvo final feliz, en honor a la verdad no se logró comenzar ninguno de ellos, no obstante, es notable la audacia de la empresa y la confianza en la tecnología de la época. Estos proyectos serían impensables actualmente con volcanes en actividad. Otra fuente de riqueza realmente extraordinaria, la proporcionaba la elaboración de “nieves de sabor” muy populares en todo la Cuenca de México y la región Puebla Tlaxcala. Los trabajadores de estas pequeñas industrias, subían a los ventisqueros del Popocatépetl e Iztaccíhuatl y bajaban, envueltos en alfalfa y costales de yute, grandes fragmentos de hielo con el que elaboraban “helados y nieves de frutas” y vendían en toda la comarca. El trabajo era era extremadamente duro y difícil ya que llegar a los ventisqueros y probablemente lenguas de los glaciares, exigía ascender al menos a los 3700 m, de altitud, cortar y empacar el hielo, bajarlo rápidamente y con él elaborar las bebidas de aguanieve o nieves con sabor a fruta. Paula Kolonitz ayuda de cámara de Carlota, refiere que los vendedores de nieve abundaban incluso en tierras cálidas. Los impuestos cobrados por el permiso de entrada y venta de nieves en la ciudad de México ascendía a varios miles de pesos oro al año. En cambio los lugareños dedicados a esta industria apenas ganaban unos centavos diarios. El dato es muy interesante ya que es una prueba indirecta del cambio de régimen térmico en la cima de los volcanes, actualmente con una muy marcada disminución de las áreas glaciares debido al proceso de calentamiento global.
La historia de México tiene una riqueza dramática, trágica, con actos heroicos sorprendentes, patrióticos, errores y traiciones sin cuento. Un claroscuro que revela la grandeza y la pobreza humana. Así, durante los acontecimientos ocurridos en la joven república durante el siglo XIX incluye el intento fallido de un imperio con la llegada de Maximiliano de Hasburgo, una numerosa corte y por supuesto el ejército francés. Corría el año de 1865 cuando tres franceses E. de Montserrat, A. Dollfus y P. Pavie organizaron un ascenso al Popocatépetl con la misión de estudiar al volcán y realizar algunas mediciones. Los resultados fueron publicados posteriormente en la afamada revista “La Nature”. En las notas de Dollfus se lee: “La ascensión pudo ser intentada desde varios puntos, pero según algunas noticias que nos dieron, el camino más frecuente hasta hoy es el que conduce de Amecameca al Rancho Tlamacas, y de aquí sigue una vereda marcada sobre la nieve hasta la cima del volcán” Es interesante señalar que durante muchos años esta fue la ruta más empleada por miles de excursionistas. De Tlamacas al labio menor del volcán, se requieren normalmente entre 5 ó 6 horas de ascenso. Dollfus y sus compañeros observaron asombrados el malacate que era empleado para que “los indios descendieran por él” pese a su aparente fragilidad, lograban extraer ciertas cantidades de azufre. El malacate, un arreglo de vigas acodadas al borde del labio menor, tenía una polea y una cuerda por la que se descendía o ascendía, según el caso, hasta el fondo del cráter, es decir, unos 90 m a plomo. La explotación de azufre fue posible hasta la erupción de 1919. El grupo de Dollfus no logró descender al cráter pero señalaron la importancia económica del azufre. Algunas señales ominosas comenzaron a observarse, algunas fumarolas un poco mayores a las habituales, estimuló el ascenso del geólogo Antonio del Castillo con el fin de evaluar el estado del volcán. Corría el año de 1870 y el geólogo del Castillo, ascendió a la cima, estudió las solfataras y fuente de las fumarolas. De acuerdo con sus observaciones, escribió el informe más detallado hasta aquel año. El informe concluye que el Popocatépetl estaba en quietud e insistía en la riqueza azufrera del volcán.
1 comentario:
Wow!, muestras que Don Goyo es un soberbio coloso activo cuyos efectos pueden afectar seriamente a la población, pero también ha sido noble con los "mortales" al proveer posibles fuentes de azufre y hielo para actividades productivas. Sin duda, todo lo que envuelve al volcán es una compleja mezcla de cultura, religión, misticismo y ciencia. ¡Llevemos una ofrenda con "mole poblano" al gran volcán, como símbolo de cordialidad entre la naturaleza y los hombres!.
Publicar un comentario